

Dragones verdaderos
Antes de que la historia comenzará a escribirse...
Antes de que los hombres fueran hombres
Antes de que los dioses nacieran y asumieran su responsabilidad sobre la tierra...
Antes de que el destino fuera dictado por Shenüa y Shenfu...
​
Cuentan mitos ya olvidados por la mayoría, que Tenka era un dominio salvaje y primigenio. La vastedad de sus límites estaba gobernada por criaturas que se alzaban en la cúspide de la jerarquía. Se dice que con cada aleteo desataban vendavales, sus potentes rugidos hacían que la tierra se estremeciera y las inmensas sombras que proyectaban durante su vuelo eran capaces de esconder el cielo. Se trataba de depredadores ápices, salvajes amos de los elementos, auténticos desastres naturales encarnados.
Dragones, un término condenado a perder su significado ante la diversidad, pues en la actualidad, se les conoce como dragones verdaderos. Ellos fueron los señores originales de Tenka, soberanos primordiales que habían reclamado por derecho el control del continente mucho antes de la llegada de las deidades.
La leyenda afirma que, cuando Shenüa y Shenfu comenzaron a moldear la tierra y separarla del cielo, ellos ya moraban allí; cuando delinearon los ríos y trazaron los valles, también estaban ellos; cestas hazañas como una trasgresión a su antiguo e indomable poder.
Orgullosos soberanos, el conflicto fue inevitable ante la llegada de aquellos que amenazaban su estatus, y rechazaron el dominio de los dioses. Mas incluso siendo los depredadores ápices, su poder era limitado frente a la influencia divina de aquellos que descendieron del cosmos. Lucharon contra el destino que les había sido impuesto, y fracasaron.
Se dice entonces que para evitar el derramamiento de sangre de sus hermanos, QÄ«ng YùLóng —también conocido como el Dragón del Este—, el más sabio y solemne soberano entre los suyos, aceptó la paz con los dioses y someterse a su autoridad: Así fue como se selló un acuerdo para que su raza pudiera coexistir en armonía con las deidades. Los dragones verdaderos se unieron de ese modo a la corte de los ciento ocho dioses, ocupando treinta y dos de ellos diversos estratos en la comitiva celestial. El Dragón del Este, debido a su contribución como mediador, se convirtió en una de las Cuatro Grandes Bestias Divinas, elevado a la posición de un alto dios.
Mas no todos sus hermanos aceptaron la elección del rey de los dragones, quienes lo vieron como una traición a su especie. Los más orgullosos creían que la tierra debería pertenecerles solo a ellos y se negaron a bajar la cabeza ante los dioses que se la habían arrebatado. De ese modo, renunciaron a su derecho como deidades, se retiraron a las entrañas de la tierra, y se convirtieron en mitos, en historias de antaño erosionadas con el paso del tiempo; se dice que otros cedieron a la locura y se tornaron guardianes de tesoros que acumularon por codicia.
Con el surgimiento de los hombres y las razas de sangre divina, los dragones tampoco se quedaron atrás, dando origen a una de las especies más excepcionales de los fastos del imperio.
De su unión con los humanos, nacieron los dragonoides, quienes heredaron rasgos distintivos como escamas, colas, cuernos, alas y, por supuesto, una parte de su gran poder. Pero la sangre diluida mermó sus habilidades, las cuales no alcanzaban la magnitud destructiva de sus progenitores. Largas vidas y un poder casi divino los distinguieron entre el resto de mortales, pero el equilibrio de los cielos es justo: semejante grandeza estaba destinada a traer consigo una amarga soledad. La tasa de natalidad de estos híbridos era extremadamente baja; se podían contar con las manos los dragonoides nacidos cada año. Cuando alcanzaban cierta cifra, de manera misteriosa, dejaban de nacer…
Hoy en dia los dragones verdaderos no son más que un mito perdido entre las páginas marchitas de la historia, un relato que narra con admiración sucesos pasados, tal vez un aderezo más a la mitología para explicar el origen de los dragonoides y ensalzar sus rasgos. Pero lo creas o no, existieron: magníficas criaturas de orgullo sin parangón y fuerza implacable, capaces de oponerse a lo divino.