

inframundo
En el vasto lienzo de los reinos de la muerte, donde se acogen a los espíritus que parten del mundo mortal, desde el Hades griego hasta los círculos infernales, Helheim o el Yomi japonés, se alza el Inframundo del Ná, dominio de una de las cuatro deidades principales: la Señora de la Tierra.
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Allí, las almas de aquellos que sucumben en el territorio moldeado por Shenfu y Shenüa se someten al juicio inexorable, condenadas a transitar por las siete capas del infierno. En este abismo de expiación, purgarán sus faltas hasta que el ciclo de reencarnación y muerte las reclame nuevamente, en una danza eterna.
El Paraíso, primera capa de este reino de sombras, recibe a las almas virtuosas, aquellas que en vida obraron con rectitud y bondad. Allí, bajo un cielo benevolente, se deleitan en un festín de placeres, donde el dolor se desvanece como bruma bajo el sol naciente.
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La segunda y tercera capas acogen a los pecadores menos graves, aquellos que mancharon sus manos con crímenes, pero que conocieron el amargo sabor del arrepentimiento y anhelan la redención. Condenados a trabajos forzados y penitencia, soportarán su castigo durante 35 años, expiando sus faltas en la fragua del sufrimiento, con la esperanza de ascender finalmente al paraíso.
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Los criminales de atroz vileza, aquellos que derramaron sangre inocente y desafiaron la ley divina, son precipitados a las capas cuarta, quinta y sexta. Dependiendo de la magnitud de sus pecados, serán atormentados durante un siglo, sometidos a torturas purificadoras que lavan sus almas del pecado. Finalmente, serán conducidos a la tercera capa, donde aguardarán, en un limbo, el momento de volver a iniciar el ciclo del renacimiento.
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En las profundidades abismales, se encuentra la séptima capa, reservada para los seres más abyectos, aquellos que han cometido las atrocidades más indescriptibles y han osado desafiar la ira de los dioses. Para ellos no hay redención, ni esperanza de liberación. Condenados a una eternidad de tormento, vagarán por este abismo sin sol, donde el dolor se convierte en la única sinfonía que acompaña su lúgubre existencia.
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El Ná es gestionado por siete jueces infernales, cada uno regente de una de las siete capas. Ellos son los encargados de dictar el destino de las almas mortales que llegan a este lúgubre sitio.
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Nativos del lugar son los "Demonios", conformados principalmente por Onis. Sin embargo, el inmenso tiempo ha permitido el nacimiento de toda clase de espectros y criaturas oscuras, e incluso que algunas almas condenadas terminen por adoptar formas demoníacas que las separan del ciclo de la reencarnación.
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Aunque el Ná está separado del mundo mortal, existen distintos lugares en el imperio que funcionan como puertas, dejando libre el paso entre ambos reinos. Las leyendas transmitidas entre los hombres narran que si alguien llega al Ná, jamás debe probar su comida, robar su oro o derramar su sangre, pues de hacerlo será reclamado por el inframundo para pagar su osadía con una eternidad de tormento.